En la actualidad, no podemos
ignorar los avances de la ciencia y la tecnología en materia de salud, ya que
muchas son las enfermedades que se pudieron controlar e incluso erradicar a
través de métodos diagnósticos cada vez más precisos y sofisticados, junto con
el desarrollo de vacunas y novedosas drogas de síntesis. Sin embargo, un gran
número de padecimientos continúan aquejando al hombre, en especial aquellos de
curso crónico (cáncer, artrosis, asma bronquial, depresión, psoriasis, etc.) o
las que comprometen al sistema inmunológico (enfermedades virales, resistencia
a los antibióticos, sida, etc.).
Tampoco podemos dejar de lado
las reacciones adversas, tóxicas y los efectos secundarios generados por las
drogas de síntesis, lo cual lejos de desdeñarlas, nos advierten que su empleo no
está exento de riesgos, debiendo con ellas actuar en el momento oportuno y con
el paciente adecuado. En el preciso caso de las enfermedades crónicas es donde
muchas de estas drogas de síntesis no cumplen con los objetivos
preestablecidos, y por contraposición, los fitomedicamentos se erigen una
alternativa altamente positiva y con menores secundarismos o efectos adversos.
Desde tiempos remotos el hombre
hizo uso de las plantas con fines alimenticios y medicinales, aprendiendo
primero del comportamiento de los animales y luego a través de su propio
instinto, generado en base al método del acierto y el error (conocimiento
empírico). De esta manera supo distinguir entre especies beneficiosas y
dañinas, constituyendo el primer escalón en la extensa historia de la
fitoterapia.
La historia de la Fitoterapia
supo cosechar épocas de esplendor (medicina griega, árabe) y también épocas de
oscurantismo (edad media), transitando firme e incólume hasta los días
actuales. Existen en sus vertientes dos fuertes corrientes: una enraizada en el
conocimiento ancestral y popular (fitoterapia clásica), otra apoyada por la
metodología de investigación científica (fitomedicina). No podemos hablar de
corrientes enfrentadas, sino más bien de lineamientos enlazados. En una gran cantidad
de casos la ciencia moderna, a través de la farmacognosia,
la fitoquímica y la biología
molecular ha certificado y
corroborado lo que el saber popular sostuvo y avaló durante siglos.
Por lo tanto no es ajeno a ello
que en la actualidad las principales firmas farmacéuticas del mundo estudien,
investiguen y desarrollen nuevos medicamentos provenientes del reino vegetal,
ya sea a través del empleo de la planta entera, al aislamiento de sus
principios activos o a través de la hemisíntesis química tomando como punto de
partida una molécula vegetal. De esta manera comprenderemos porqué el mercado
de fitomedicamentos crece día a día, ocupando por ejemplo en Europa o Estados
Unidos casi el 40% de los productos que comprenden el circuito comercial
farmacéutico. Basta mencionar algunas de las hierbas top que forman parte de este mercado: Ginkgo biloba, Hypericum
perforatum, Cimicifuga racemosa, Hydrastis canadensis, Piper methysticum
(Kava-Kava), Equinácea spp., Aloe Vera, Serenoa repens, Allium sativum (ajo), Vitis
vinífera (uva) o el conocido Panax ginseng.
Existen en el mundo unas
250.000 especies vegetales de las cuales sólo se conoce el 10% de ellas,
considerándose como medicinales alrededor de 12 mil especies en total. De
acuerdo con cifras emanadas por la O.M.S. en 1994, casi el 80% de la población
mundial depende para su atención primaria de la salud, de las plantas
medicinales. Teniendo en cuenta el escaso conocimiento de las especies que
pueblan el planeta y la alta demanda poblacional de las mismas, comprenderemos
que es muy largo el camino que aún queda por recorrer y muchos los medicamentos
que restan por descubrir, para lograr que el hombre tenga la calidad de vida
que merece.
Dres.
Jorge R. Alonso y Hugo S. Golberg
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